Inés* es una mujer mayor que no apoyaba la idea de su hija de recibir compañía un par de veces a la semana. Sentía que no lo necesitaba, decía que estaba acostumbrada a estar sola y que prefería seguir así. Aceptó –un poco a regañadientes- probar un primer encuentro con la Acompañante que pensamos que se ajustaba de mejor manera a su personalidad y estilo de vida.
Han pasado 3 meses de esa prueba y vemos algunas señales de cambio en Inés. Su habitual ceño fruncido ha sido reemplazado por una suave sonrisa, está más conversadora y se mueve con mayor agilidad. Cuando su Acompañante se prepara para irse, le comenta que el tiempo pasó rápido…a veces le pide quedarse un rato más.
Qué pasó? Pareciera que a Inés le pasó lo mismo que nos pasa a todos: simplemente, su aislamiento social le hizo creer que la interacción con otras personas no tenía ningún impacto en su vida. Pero resulta que la mayoría de nosotros –por cierto, hay excepciones- está hecha para vivir en comunidad: nos sentimos más satisfechos cuando compartimos con otros parte de nuestras vidas.
Nos ponemos felices con y por Inés. Estamos convencidos de que su calidad de vida ha mejorado, tanto en aspectos emocionales como en habilidades cognitivas y motrices. Su hija nos agradece el apoyo porque éste le permite estar más tranquila en su trabajo, sabiendo que su mamá no está sola.
Tal vez te encuentres en una situación similar a la hija de Inés: estás inquieto/a por la soledad de tus padres y por su falta de actividad. Cuando les planteas tu preocupación, ellos parecen rechazar la oferta de apoyo. Te animamos a que les sugieras distintas opciones para que sientan que su opinión también vale: talleres del municipio, cursos en el Programa de Adulto Mayor de la UC, una Acompañante a domicilio, o participar de algún voluntariado. Que te vaya bien con tus propuestas! (Si quieres ideas sobre como llevar esa conversación, lee nuestra columna Conversaciones difíciles…)
*Inés es un nombre ficticio para proteger la confidencialidad de nuestra querida clienta